Adoratio








 

Adoratio Cor Iesu

 



Hora Santa con Santa Margarita María Alacoque





Oración al Espíritu Santo


Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón.

Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones. 

¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén






1.-   Dios es mi todo


Dice Santa Margarita María Alacoque:



"Nuestro corazón es tan pequeño, que no caben en él dos amores; y habiendo sido creado sólo para el divino, no puede tener descanso cuando se halla con otro."


"El Corazón de Jesús tendrá tanto cuidado de ustedes en la medida en que se confíen y abandonen en Él"


"Dios es mi todo, y todo, fuera de El, es nada para mí".


"Cuando no miramos más que a Dios, ni buscamos otra cosa que su divina gloria, no hay nada que temer".


"En la voluntad de Dios encuentra su paz nuestro corazón y el alma su alegría y su descanso".


"Todas las más amargas amarguras no son más que dulzura en este adorable Corazón, donde todo se trueca en amor".


"Basta amar al Santo de los Santos, para llegar a ser santos"


"Anda despacio, procurando adaptar tu vida interior y exterior al modelo de la humilde mansedumbre del Corazón de Jesús."


"El mayor bien que podemos tener en esta vida es la conformidad con Jesucristo en sus padecimientos".


"Este divino Corazón es pura dulzura, humildad y paciencia, por lo tanto, debemos esperar... El sabe cuando actuar."


"El Corazón de Jesús es un tesoro oculto e infinito que no desea más que manifestarse a nosotros".


“Yo vil y miserable criatura, prometo a mi Dios someterme y sacrificarme a todo lo que pida de mi; inmolando mi corazón al cumplimiento de todo lo que sea de su agrado, sin reserva de otro interés más que de su mayor Gloria y puro amor, al cual consagro y entrego todo mi ser y todos mis momentos.”


"Nada quiero sino tu Amor y tu Cruz, y esto me basta para ser Buena Religiosa, que es lo que deseo."






Voz de las Almas:


  No falta ahora sino la reproducción indispensable de una nueva Epifanía; aquella en que las almas y las naciones, herencia que su Padre le ha confiado, vengan a postrarse ante su altar, y reconociendo su Realeza Divina, se sometan a su imperio de luz, de paz, de misericordia y de amor…


Pero ¡qué!… Su Reinado ha comenzado ya hace veinte siglos y su victoria se ha extendido desde entonces como un piélago de luz esplendorosa y profunda… que ha penetrado la humanidad regenerada, y la ha informado de un alma nueva, de una hermosura divina… Esa victoria la va acentuando de día en día el Pentecostés permanente de la Iglesia, a medida que ésta arraiga en la tierra la Soberanía del Señor Crucificado…


Pero he aquí que un acontecimiento sobrenatural viene dando, desde hace cosa de tres siglos, un impulso decisivo al carro victorioso del Rey de amor… Un Pentecostés de fuego se ha levantado… parte de Paray-le-Monial y parece envolver ya y abrasar el mundo, transformando las almas y las sociedades… reanimando a los apóstoles…, confirmando las esperanzas y enardeciendo los anhelos de la Iglesia…


¡Oh, qué hermoso grito de victoria y de amor aquél que llena ya los ámbitos de la tierra, del uno al otro polo, grito de júbilo y plegaria de esperanza que dice: “Corazón divino de Jesús, venga a nos tu reino!”.


Ya viene, ¡oh, sí!, se acerca triunfante el Rey de amor… Mirad cómo ostenta sobre el pecho, enardecido por la caridad, su Corazón Divino como un Sol que siembra incendios en su carrera… Ved cómo avanza bendiciendo con dulzura… Ved cómo atrae, cómo llama con un gesto de ternura imperiosa, irresistible…


Y si dudáramos todavía que la hora de un triunfo divino parece acercarse, oíd trémulos de santa emoción, una palabra de Jesús, armonía que hace saltar de júbilo a sus apóstoles y amigos, a la vez que provoca el espanto entre los secuaces del infierno…


Jesús ha hablado, el Señor lo ha dicho, el Rey divino lo ha afirmado: “¡Yo quiero reinar por mi Sagrado Corazón y reinaré!…”. Transportados de gozo, respondamos nosotros esta tarde, en nombre de nuestros hogares, en nombre de nuestra patria, y haciendo eco a la voz de la Iglesia: “¡Hosanna al Hijo de María, al Rey de amor!…”.



(Todos)


¡Hosanna al Hijo de María, al Rey de amor!


¡Rogámoste, Jesús, que seas nuestro Rey!


(Todos)


Rogámoste, Jesús, que seas nuestro Rey!


¡Hosanna al Corazón de Cristo-Rey!




Estas aclamaciones, por sinceras que sean, no bastan… El corazón de Jesús reclama con derecho obras vivas de amor vivo que ratifiquen el Hosanna que resuena todavía clamoroso en el Sagrario…


“¡Cuántas veces, ¡ay!… recibiste, Señor, oraciones de labios… y después de la oración, la lanzada en tu Divino Corazón!”.


No una, sino mil veces, por desgracia, se ha reproducido el cambio sacrílego de decoración de Jerusalén, tu pueblo…


Ved: al cabo apenas de una semana, los himnos de victoria se trasforman en vocerío de cólera que pide su muerte…; y aquellas mismas manos que aplaudían con palmas y laureles, recogen con furor las piedras y luego los azotes…


“No así nosotros, Jesús, ¡oh!; no así, ¡Rey de reyes!… El agasajo de esta Hora Santa no será efímero como el del Domingo de Ramos…


Tú, Maestro adorable, que lees en el fondo de nuestras almas, sabes con qué lealtad y con cuánto ardor no sólo te amamos, sino que queremos a nuestra vez verte amado, extendiendo tu reinado en las almas y en la sociedad… Te lo decimos, Jesús, con el corazón en los labios.


Con este fin, Señor, te hemos pedido esta cita; con este único objeto nos hemos congregado ante este trono de gracia y de misericordia… Venimos, pues, a recabar las órdenes para el combate, resueltos como estamos a darlo todo, a sacrificarlo todo, con tal de entronizarte victorioso, preparando y precipitando la hora de tu reinado de amor…


¡Ah! La victoria será ciertamente nuestra; pues Tú, el Omnipotente, eres nuestro Prisionero…, más cautivo aún, si cabe, de tus amigos, que no lo fuiste en Getsemaní, de tus verdugos… Pero esta vez, Jesús amado no querrás, por cierto, renovar el milagro con que hace siglos escapaste de las manos de veleidosos entusiastas e interesados que, en beneficio propio, te querían proclamar su Rey… No así en esta Hora Santa, en la que tus servidores leales y tus apóstoles abnegados te aclaman Rey para tu propia gloria… ¡No romperás, pues, las cadenas de amor, Tú, el cautivo del amor!… Tu gloria que es la única nuestra… y tus intereses, nuestros solos intereses, te lo exigen, Dios de caridad… Manda, reina e impera aquí como Rey; díctanos tu voluntad, ya que son tantos los que de palabra y de obra niegan tu soberanía y tus derechos…


Algo y mucho hemos aprendido, ciertamente, por tu confidente y nuestra hermana Margarita María… Pero, ¿no querrás Tú mismo, Señor, mostrarnos… no fuera sino un destello de aquel Sol de tu Corazón, que le revelaste a ella?… Tenemos hambre de conocerte mejor, de amarte y de hacerte amar… Danos, pues, si no todo el banquete de Paray-le-Monial, que no merecemos… ¡oh!… danos siquiera una migaja sabrosa, empapada en el cáliz de tu Corazón…, y que nos revele sus designios… sus misericordias y ternuras… Pruébanos una vez más que porque eres


Jesús… que porque eres Rey de amor, eres espléndido como no lo fue jamás rey alguno de la tierra… Y ahora queremos oírte… Háblanos, Jesús”…








2.-  Vuestro interior ... mi Reino 


Dice Santa Margarita María Alacoque:


CONSEGUIDO el tan deseado bien de la santa Profesión, en el día mismo que la hice quiso mi Divino Maestro recibirme por Su esposa; pero de una manera imposible de explicar.

Sólo diré que me hablaba y trataba como si estuviera en el Tabor, siéndome esto más duro que la muerte, por no ver en mí conformidad alguna con mi Esposo, al cual miraba desfigurado por completo y desgarrado sobre el Calvario. Pero Él me dijo:

«Déjame hacer cada cosa a su tiempo, pues quiero que seas ahora el entretenimiento de Mi Amor, el cual desea divertirse contigo a Su placer,  como lo hacen los niños con sus muñecos. Es menester que te abandones así sin otras miras ni resistencia alguna, dejándome hallar Mi consiento a tus expensas; pero nada perderás en ello.»

Me prometió no alejarse de mí jamás, diciéndome: «Está siempre pronta y dispuesta a recibirme, porque quiero en adelante hacer en ti Mi morada, para conversar y entretenerse contigo.»

Desde este momento me favoreció con Su Divina Presencia; pero de un modo, cual no lo había experimentado hasta entonces, pues nunca había recibido una gracia tan grande, a juzgar por los efectos obrados siempre en mí desde este día. Le veía, Le sentía cerca de mí y Le oía mucho mejor que con los sentidos corporales, mediante los cuales hubiera podido

distraerme para desviarme de Él; pero a esto no podía poner obstáculo alguno, no teniendo en ello ninguna participación.

Me infundió un anonadamiento tan profundo que me sentí súbitamente como caída y perdida en el abismo de mi nada, del que no he podido ya salir por respeto y homenaje a esta infinita Grandeza, ante la cual quería estar siempre postrada con el rostro en tierra o de rodillas. Hasta ahora lo he hecho en cuanto mis ocupaciones y debilidad han podido permitírmelo, pues Él no me dejaba reposar en una postura menos respetuosa, y no me atrevía a sentarme, a no ser cuando me hallaba en presencia de alguna persona, por la consideración de mi indignidad, la cual Él me hacía ver tan grande, que no osaba presentarme a nadie sino con extraña confusión, y deseando que no se acordasen de mí, sino para despreciarme, humillarme e injuriarme, porque sólo eso merecía. Gozaba tanto este único Amor de mi alma en verme tratar así, que, contra la sensibilidad de mi natural orgulloso, no me dejaba hallar gusto entre las criaturas, sino en las ocasiones de contradicción, de humillación y de abyección. Eran éstas mi manjar delicioso, el cual nunca ha permitido Él que me faltase, ni jamás me decía: «Basta».


Antes, al contrario, suplía Él mismo la falta de parte de las criaturas o de mí misma; pero ¡Dios mío!, era de un modo mucho más sensible, cuando os mezclabais Vos en ello, y sería demasiado larga mi explicación.

Me honraba con Sus conversaciones; unas veces cual si fuera un Amigo o un Esposo el más apasionado, otras cual un Padre herido de amor por Su hijo único, otras, en fin, bajo formas diferentes. Callo los efectos que producía esto en mí. Diré solamente que me hizo ver en Él dos Santidades, la una de Amor y la otra de Justicia; ambas rigurosísimas a Su manera, y ambas se ejercerían continuamente sobre mí. La primera me haría sufrir una especie de purgatorio dolorosísimo y difícil de soportar, para alivio de las santas almas en él detenidas, a las cuales permitiría dirigirse a mí, según Su beneplácito.

Y la Santidad de Justicia, tan terrible y espantosa para los pecadores, me haría sentir todo el peso de Su Justo Rigor, atormentándome en beneficio de los mismos y «particularmente, —me dijo—, de las almas que me están consagradas, por cuya causa te haré ver y sentir de aquí en adelante lo que te convendrá sufrir por Mi Amor.»

Mas Vos, Dios mío, que conocéis mi ignorancia e impotencia para explicar cuanto ha pasado después entre Vuestra Soberana Majestad y Vuestra miserable e indigna esclava,

por los efectos siempre activos de Vuestro Amor y de Vuestra Gracia, dadme el medio de poder decir algo de lo más inteligible y sensible, y capaz de hacer ver hasta qué exceso de liberalidad ha ido Vuestro Amor hacia un objeto tan miserable e indigno. 




Voz de Jesús:


 ¿Qué opinan los hombres de vuestro Maestro, hijos del alma?…

¿Pensáis que creen de veras en mi verdad y en mi justicia? ¿Pensáis que creen, sobre todo, en mi amor; que creen en él con fe inmensa?… Porque debéis saber, ante todo, amigos y apóstoles de mi Sagrado Corazón, que el primer reinado que quiero establecer es un reinado íntimo en la conquista de vuestros corazones… Sí, ahí… donde sólo yo puedo penetrar…, ahí quiero, ante todo, echar los fundamentos sólidos de mi soberanía divina…


Vuestro interior, ese debe ser mi Reino por excelencia… Reino todo él de luz, de claridad inefable, puesto que yo soy la luz bajada a la tierra…, a fin de que todo aquél que cree en Mí no ande en tinieblas…


¡Aumentad la luz del alma; creced en fe, amigos míos!… Si supierais quién es Aquel que os aguarda en este altar… Quien Aquel que os llama a grandes voces desde el Sagrario… ¡Oh, qué de secretos íntimos os revelaría, con qué fuerza de caridad abrasaría y transfiguraría vuestras almas pobrecitas, si os dejarais iluminar, arrastrar y penetrar por las claridades de una fe ardiente!… ¿Queréis embriagaros de mi hermosura?… ¿Deseáis embelesaros en las magnificiencias de mi amor y de mi misericordia?


Dejadme, entonces, saturar de luz divina vuestras almas… Creed, ¡oh!, creed en Mí… Sí, creed en Mí, vosotros los hijos de mi Sagrado Corazón; pero no con una fe cualquiera; creed con una fe ardorosa… Creed, sobre todo, en el amor de mi adorable Corazón…


Y si de veras deseáis, como me lo decís, que Yo me establezca como Soberano en vuestras almas con una victoria de intimidad… pedidme, ante todo, que aumente el don de vuestra fe…





Las almas:


Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: coloca tus manos creadoras sobre nuestros ojos nublados, y reanima nuestra fe. Manda como Rey de luz, Señor,  y caerán deshechas las escamas que enfermaban nuestra vista sobrenatural… ¡Oh, haz que te veamos claramente, Jesús, y reina aumentando en Ti nuestra fe!


(Todos)

Reina aumentando en Ti nuestra fe.


Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en aquellas horas tan contadas de paz, de dicha tranquila y sabrosa…; en aquellas horas tan fugaces de sol, en las flores tan escasas de la vida… ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente, Jesús, y reina aumentando en Ti nuestra fe!


Reina aumentando en Ti nuestra fe.


Luz de nuestras almas, Jesús muy amado, queremos verte y encontrarte en la amargura secreta de tantas y tantas penas que Tú sólo conoces…, en aquellas desolaciones del corazón que las criaturas no pueden ni comprender, ni menos endulzar… ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente, Jesús, y reina aumentando en Ti nuestra fe!


Reina aumentando en Ti nuestra fe.


Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en aquellas luchas desesperadas, entre la naturaleza miserable y la conciencia…, entre nuestros devaneos y ambiciones y las crueles realidades de la vida…

¡Oh, haz que te veamos entonces claramente y reina aumentando en Ti nuestra fe!


Reina aumentando en Ti nuestra fe.


Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte sobrenaturalizando aquellas legítimas aspiraciones de bienestar que provienen del deseo de asegurar el porvenir temporal y cristiano de los nuestros… ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente y reina aumentando en Ti nuestra fe!


Reina aumentando en Ti nuestra fe.


Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en aquellas horas de penosa incertidumbre, cuando el horizonte se oscurece y se presenta amenazante…, cuando el cielo y la tierra parecen olvidarnos… ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente, y reina aumentando en Ti nuestra fe!


Reina aumentando en Ti nuestra fe.


Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en todos aquellos innumerables sacrificios que el deber nos impone, y, sobre todo, cuando marcas el hogar que te ama, con la cruz de los pesares… ¡Oh, haz que te veamos

Entonces claramente, y reina aumentando en Ti nuestra fe!


Reina aumentando en Ti nuestra fe.


Luz de nuestras almas, Jesús muy amado: queremos verte y encontrarte en el problema delicado de nuestra vida interior de conciencia…, cuando por nuestro bien permites luchas, contrariedades y sinsabores que nos toman de sorpresa… ¡Oh, haz que te veamos entonces claramente, y reina aumentando en Ti nuestra fe!


Reina aumentando en Ti nuestra fe.


Señor, confesamos que Tú, y sólo Tú, eres el Camino, la Verdad y la Vida… ¿A quién acudiremos, cuando sólo Tú tienes palabras de vida eterna?…

Habiéndose encontrado, pues, Jesús en nuestro camino azaroso, te detenemos y nos abalanzamos a Ti exclamando: “¡Hijo de David, ten piedad de nosotros…, abre nuestros ojos…, haz en ellos la luz, una gran luz, para poder ver siempre y verte en todas las cosas, y reina aumentando en Ti nuestra fe!”.


Reina aumentando en Ti nuestra fe.



----------------------------------------









3.-  No se extinguirá Su ardor


Dice Santa Margarita María de Alacoque:


 Pedíale con frecuencia que apartara de mí tales dulzuras, para dejarme gustar con placer las amarguras de Sus angustias, abandonos, agonías, oprobios y demás tormentos; mas respondíame que debía someterme con indiferencia a todas Sus varias disposiciones y nunca dictarle leyes: «Yo te haré comprender en adelante que Soy un sabio y prudente Director, y sé conducir sin peligro las almas, cuando se abandonan a Mí, olvidándose de sí mismas.»

Un día, que me hallaba un poco más libre, pues las ocupaciones de la obediencia apenas me dejaban reposar, estando delante del Santísimo Sacramento, me encontré toda penetrada por esta Divina Presencia; pero tan fuertemente, que me olvidé de mí misma y del lugar en que estaba, y me abandoné a este Espíritu entregando mi corazón a la fuerza de Su Amor. Me hizo reposar por muy largo tiempo sobre Su Pecho Divino, en el cual me descubrió todas las maravillas de Su Amor y los secretos inexplicables de Su Corazón Sagrado, que hasta entonces me había tenido siempre ocultos. Aquí me los descubrió por vez primera; pero de un modo tan operativo y sensible, que, a juzgar por los efectos producidos en mí por esta gracia, no me deja motivo alguno de duda, a pesar de temer siempre engañarme en todo cuanto refiero de mi interior. He aquí cómo me parece haber sucedido esto: Él me dijo: «Mi Divino Corazón está tan apasionado de Amor por los hombres, y por ti en particular, que no pudiendo ya contener en Sí Mismo las Llamas de Su Caridad ardiente, le es preciso comunicarlas por tu medio, y manifestarse a todos para enriquecerlos con los preciosos tesoros que te descubro, y los cuales contienen las Gracias Santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin de que sea todo obra Mía.» Me pidió después el corazón, y yo le supliqué que le tomase. Le cogió e introdujo en Su Corazón adorable, en el cual me le mostró como un pequeño átomo que se consumía en aquel Horno encendido. Le sacó de allí cual si fuera una llama ardiente en forma de corazón, y volvióle a poner en el sitio de donde le había cogido, diciéndome:

«He ahí, Mi muy amada, una preciosa prenda de Mi Amor, el cual encierra en tu pecho una pequeña centella de Sus vivas Llamas para que te sirva de corazón, y te consuma hasta el postrer momento. No se extinguirá Su ardor, ni podrá encontrar refrigerio a no ser algún tanto en la sangría, cuya sangre marcaré de tal modo con Mi Cruz, que en vez de alivio te servirá de humillación y sufrimiento. Por esto quiero que la piadas con sencillez, ya para cumplir la regla, ya para darte el consuelo de derramar tu sangre sobre la cruz de las humillaciones. Y por señal de no ser pura imaginación la grande Gracia, que acabo de concederte, y sí el fundamento de todas las que te he de hacer aún, te quedará para siempre el dolor de tu costado, aunque he cerrado Yo mismo la llaga; y si tú no te has dado hasta el presente otro nombre que el de Mi esclava, Yo te doy desde ahora el de discípula muy querida de Mi Sagrado Corazón.»

Después de un favor tan grande, y que duró por tan largo espacio de tiempo sin saber si estaba en el Cielo o en la Tierra, quedé por muchos días como abrasada toda y embriagada y tan fuera de mí, que no podía reponerme para hablar, sino haciéndome violencia; y era tanto lo que me necesitaba violentar para recrearme y comer, que llegaba al extremo de agotar mis fuerzas para sobreponerme a la pena, causándome esto una humillación profunda. Tampoco podía dormir, porque la llaga, cuyo dolor me es tan grato, engendra en mí tan vivos ardores, que me consume y me abrasa viva.  



Voz de Jesús:


 Heme aquí; me presento a vosotros como el Rey de mansedumbre que os trae en su corazón un tesoro de paz, y que viene a ofreceros su gloriosa amistad… Pero recordad que no podéis servir a la vez a dos amos opuestos… Yo, vuestro Señor, y el mundo no podemos sentarnos al banquete de vuestro amor… Decidme, pues, ¿cuál de los dos elegís como Rey de amor de la familia?


Las almas. Corazón de Jesús, Tú solo serás nuestro Rey.


Voz de Jesús. ¿Y quién será el amigo que participe de la vida de hogar?


Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel Amigo de Betania.


Voz de Jesús. Es decir, ¿qué puedo entonces mandar como en mi casa e imponer mi ley a vuestro hogar?… ¿Me aceptáis, pues, entonces de veras como Rey?…


Las almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey.


Voz de Jesús. ¿Y quién será el amigo íntimo a quien contéis las penas secretas y los sinsabores de familia?


Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel Amigo de Betania.


Voz de Jesús. ¿Me reconocéis, por tanto, el derecho pleno de reclamar, según mi beneplácito, personas y bienes en vuestro hogar?… Y más aún, ¿aceptáis con amor que Yo mismo trace el derrotero en el porvenir de la familia?… Responded, pues: ¿seré Yo de veras el amo de la Casa?


Las almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey.


Voz de Jesús. Y cuando por disposiciones de Mi Sabiduría os imponga la Ley del sufrimiento, ¿quién será en las horas de lucha el Amigo que aliente y el Consolador a quien llaméis llorando?


Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel Amigo de Betania.


Voz de Jesús. Pero si me reconocéis como Rey, será preciso que ejerza mi Soberanía en vuestra casa… Y como todo en ella me interesa, ¿aceptáis que tome parte y que ordene como el Amo indiscutible, aun los detalles vulgares y menudos de vuestra vida cotidiana?…


Las almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey.


Voz de Jesús. Pero no sólo porque, Rey y Señor, tengo ese derecho absoluto… Yo soy vuestro Jesús… ¿Queréis, pues que como amigo de ternura me interese en aquella vida fatigosa, ordinaria de cada día? ¿Seré Yo realmente el Amigo en la labor, en la alegría y en las penas del camino trillado de la vida de familia?…


Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno, sólo Tú, fiel Amigo de Betania.


Voz de Jesús. ¿Quedo, pues, entonces aceptado libremente como el Señor y el Consejero divino en las decisiones graves de familia, en aquellas horas negras en que las criaturas ingratas se desentiendan de vosotros?… ¿Me pedís que desde ahora reine e impere en vuestra casa con la misma libertad con que mando en las alturas de mi cielo?…


Las almas. Corazón de Jesús, Tú sólo serás nuestro Rey. 


Voz de Jesús. Y, en fin, hijos queridos, en la hora de inevitables separaciones… Cuando la muerte, en alas de una enfermedad mortal e imprevista, venga a visitaros porque Yo la mando… decidme, ¿quién será entonces, en ese momento de suprema congoja, quién será el Amigo íntimo, el primero y el último de los Amigos en el hogar de mi Divino Corazón?… 


Las almas. Sólo Tú, Divino Nazareno; sólo Tú, fiel amigo de Betania.


---------------------------------






4.-  Te haré fiel compañía


Dice Santa Margarita María Alacoque:


Una vez entre otras, estando expuesto el Santísimo Sacramento, después de sentirme completamente retirada al interior de mí misma por un recogimiento extraordinario de todos mis sentidos y potencias, se me presentó Jesucristo, mi Divino Maestro, todo radiante de Gloria, con Sus Cinco Llagas, que brillaban como cinco soles, y por todas partes salían Llamas de Su Sagrada Humanidad, especialmente de Su adorable Pecho, el cual parecía un Horno. Abrióse éste y me descubrió Su amantísimo y amabilísimo Corazón, que era el vivo Foco de donde procedían semejantes Llamas.

Entonces fue cuando me descubrió las maravillas inexplicables de Su Amor Puro, y el exceso, a que le había conducido el amar a los hombres, de los cuales no recibía sino ingratitudes y desprecios.

«Esto, —me dijo—, Me es mucho más sensible que cuanto he sufrido en Mi Pasión: tanto, que si Me devolvieran algún amor en retorno, estimaría en poco todo lo que por ellos hice, y querría hacer aún más, si fuese posible; pero no tienen para corresponder a Mis desvelos por procurar su bien, sino frialdad y repulsas. Mas tú, al menos, dame el placer de suplir su ingratitud, en cuanto puedas ser capaz de hacerlo.»

Y manifestándole mi impotencia, me respondió: «Toma, ahí tienes con qué suplir todo cuanto te falta.» Y al mismo tiempo se abrió el Divino Corazón, y salió de Él una Llama tan ardiente, que creí ser consumida, pues me sentí toda penetrada por ella, y no podía ya sufrirla, tanto que Le rogué tuviera compasión de mi flaqueza.

«Yo seré, —me dijo—, tu fuerza, nada temas; pero sé atenta a Mi Voz, y a cuanto te pido para disponerte al cumplimiento de Mis designios. Primeramente, Me recibirás Sacramentado, siempre que te lo permita la obediencia, sean cuales fueren las mortificaciones y humillaciones que vengan sobre ti, las cuales debes aceptar como gajes de Mi Amor. También Comulgarás todos los Primeros Viernes de cada mes, y todas las noches del jueves al viernes te haré participante de la tristeza mortal que tuve a bien sentir en el Huerto de las Olivas. Esta tristeza te reducirá, sin poder tú comprenderlo, a una especie de agonía más dura de soportar que la muerte. A fin de acompañarme en la humilde oración, que hice entonces a Mi Padre en medio de todas Mis angustias, te levantarás entre once y doce de la noche para postrarte Conmigo, durante una hora, la faz en tierra, ya para calmar la Cólera Divina pidiendo misericordia por los pecadores, ya para dulcificar de algún modo la amargura, que sentí en el abandono de Mis apóstoles, la cual Me obligó a echarles en cara que no habían podido velar una hora Conmigo; y durante esta hora harás lo que te enseñare. Mas oye, hija Mía, no creas ligeramente a todo espíritu, y no te fíes, porque Satanás rabia por engañarte. He aquí por qué no has de hacer nada sin la aprobación de los que te guían, a fin de que teniendo el permiso de la obediencia, no pueda seducirte; pues no tiene poder alguno sobre los obedientes.»

Durante todo este tiempo, ni tenía conciencia de mí misma, ni aun sabía dónde estaba.

Cuando vinieron a sacarme de allí, viendo que no podía hablar, ni aun sostenerme sino a duras penas, me condujeron a nuestra Madre, la cual viéndome como enajenada, ardiendo toda, temblorosa y arrodillada a sus pies, me mortificó y humilló con todas sus fuerzas, dándome en ello un placer y gozo increíbles. Pues me creía hasta tal punto criminal, y tan llena de confusión estaba, que cualquier riguroso tratamiento a que se hubiera podido someterme, me habría parecido demasiado suave. Después de haberla referido, aunque con extrema confusión, cuanto había pasado, recargó la dosis de mis humillaciones, y no me concedió por esta vez nada de cuanto yo creía que Nuestro Señor me mandaba hacer, ni acogió sino con desprecio cuanto yo la había dicho. Esto me consoló mucho y me retiré con grande paz. El Fuego que me devoraba, me produjo desde luego una fiebre grande y continua; pero tenía demasiado placer en sufrir para quejarme o decir cosa alguna, hasta que al fin me faltaron las fuerzas. Conoció el médico que tenia la fiebre hacía ya largo tiempo, y aún sufrí después más de sesenta accesos. Jamás experimenté consuelo semejante, pues los extremos dolores del cuerpo mitigaban algún tanto mi ardiente sed de sufrir. No se nutría ni animaba este Fuego devorador sino con la madera de la Cruz y de toda clase de sufrimientos, desprecios, humillaciones y dolores, sin padecer nunca dolor capaz de igualar a la pena de no sufrir lo bastante. Se creyó segura mi muerte. Pero continuando siempre Nuestro Señor Sus favores, recibí uno incomparable en un deliquio que me sobrevino. Me pareció que se presentaron ante mí las Tres Personas de la adorable Trinidad e hicieron sentir grandes consolaciones a mi alma. Mas no pudiendo explicarme sobre lo sucedido entonces, diré solamente que, a mi parecer, el Eterno Padre presentándome una pesadísima Cruz erizada toda de espinas y acompañada de todos los instrumentos de la Pasión, me dijo:

«Toma, hija Mía, te hago el mismo presente que a Mi muy amado Hijo.» «Y Yo, —añadió mi Señor Jesucristo—, te clavaré en ella como lo fui Yo mismo, y te haré fiel compañía.»



Voz del Maestro:


 ¿Y sabéis por qué camino fácil se llega a la reprobación final?… Hiriendo mi Corazón con pecado de fea ingratitud…, abusando de la misericordia de este Dios, que es todo caridad…. Soy Jesús, esto es, Salvador… Vine para los que tenían necesidad de medicina, de paz y fortaleza, y, sobre todo, para los que necesitan perdón…, misericordia…, y mucho amor. A esos enfermos les mostré la piscina de toda sanidad; mi Corazón, que lo absuelve todo… ¡Oh, y de esa ternura han abusado tantos!… Jamás negué el perdón a quien me lo pidió con humilde contrición, jamás… Por esto, porque mi bondad es infinita…, porque espero con paciencia inalterable al pródigo…, porque, a su regreso, olvido sus olvidos y hago fiestas para celebrar a la oveja que llega ensangrentada al redil de mis amores…, por esto, tantos colman la medida y se condenan en el abuso de la absolución que les otorgo… Deteneos, hijos míos, en la pendiente de ese camino, y llorad el extravío fatal de tantos hermanos vuestros que me hieren, porque soy Jesús dulcísimo con ellos…


Pedidle perdón por el abuso de su misericordia, especialmente en los Sacramentos de Confesión y Eucaristía, diciéndole:


¿Qué tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado?

¿Qué sé yo, que Tú no me hayas enseñado?

¿Qué valgo yo, si no estoy a tu lado?

¿Qué merezco yo, si a Ti no estoy unido?…

Perdóname los yerros que contra Ti he cometido…

Pues me creaste, sin que lo mereciera.

Y me redimiste, sin que te lo pidiera…

Mucho hiciste en crearme,

Mucho en redimirme,

Y no serás menos poderoso en perdonarme,

Pues la mucha sangre que derramaste,

Y la acerba muerte que padeciste,

No fue por los ángeles que te alaban.

Sino por mí y demás pecadores que te ofenden…

Si te he negado, déjame reconocerte;

Si te he injuriado, déjame alabarte;

Si te he ofendido, déjame servirte,

Porque es más muerte que vida

La que no está empleada en tu santo servicio…


(Pausa)


Confidencia de Jesús. Tengo una amable confidencia que haceros todavía; recibidla con especial cariño, pues quiero hablaros de Mi Madre… Jamás estuvo ausente de mi Corazón, María…, y su nombre repercutía en él con especial ternura, en mis horas de soledad y de agonía… En Getsemaní, ¡oh! cuánto pensé en Ella… La vi llorar amargamente la muerte del Hijo y de los hijos…, y su dolor hizo desbordar el cáliz de mis amarguras… Atado a la columna, despedazaron mi carne, y al hacerlo, flagelaron también a la Virgen Inmaculada, que me dio esa carne pura, para ser hermano vuestro en su regazo… Y en ese mismo instante, mientras salpicaban los verdugos las paredes del calabozo con mi sangre…, vi, en el transcurso de las edades, el ultraje que harían a mi Madre, los que negarían su maternidad divina, ofendiendo al mismo tiempo al Hijo y a la Madre… Muchos otros pretenden adorarme, y la relegan a un glacial olvido, que hiere en lo más vivo mi Corazón filial… María es vuestra…, amadla, hacedla amar… ¡Oh, dadme un gran consuelo en esta Hora Santa!: unid mis lágrimas a las de mi dulce Madre, al consolar mi entristecido Corazón.


(Pedid perdón al Señor Jesús por el dolor que le causan tantos católicos indiferentes con su Madre, tantos disidentes y protestantes que le rehúsan su amor y que menosprecian o niegan la dignidad y prerrogativas de la Virgen María).


(Breve pausa)


Y ahora, habladme vosotros, cuyos nombres tengo escritos en mi Divino Corazón…; habladme palabras que broten de lo más íntimo de vuestras almas, unidas a la mía por lazos de dolor y de cariño inmenso… Si tenéis tristezas, contádmelas…; si sentís el tedio de la vida, y al mismo tiempo el sobresalto de la muerte, decídmelo… ¡Oh!, habladme sobre todo de las santas ambiciones que sentías de verme consolado…, y luego de contemplarme, Rey de amor, por la misericordia de mi Sagrado Corazón…; hablad, que vuestro Dios escucha.


(Pausa)


Las Almas. Has querido confiarme, Jesús, el Corazón de la Virgen Madre a fin de reparar tus penas y las suyas por la ofensa de aquellos que pretenden ser cristianos y que rechazan tu última palabra a Juan en el Calvario: “Hijo, en ella, en María, ahí tienes a tu Madre…”. Señor, la acepto confundido y te ofrezco, en desagravio, los dolores, las penas, los llantos, las plegarias de todas las madres que te adoran en la tierra y que aclaman a María como Reina… Tú sabes, Maestro, qué caudal de amor y de sinceridad hay en sus almas de heroínas… Tú sabes cuánto valen, cómo oran, cómo aman, cuánto sufren… Jesús, por el recuerdo de María Inmaculada, por las lágrimas que Tú lloraste al verla llorar en tu ausencia, en las afrentas de tu pasión ignominiosa, escucha a las madres que redimen, padeciendo, a tus pies ensangrentados… Míralas cómo piden, con fe ardorosa, la redención de sus hogares…, escucha cómo te aclaman Rey sobre la cuna de sus hijos, sobre el sepulcro de sus esposos… Ellas te piden, Señor, la victoria decisiva de tu Corazón…; en él confían todos los tesoros de su amor… ¡Ay!… ¡Son tantas las que temen por el porvenir cristiano de sus hijos!… ¡Son tantas las que padecen con ellos las tristes consecuencias de sus primeros extravíos!… ¡Son tantas las que ven, con ojos llorosos, que las diversiones mundanas, que las amistades y las lecturas peligrosas, amenazan las conciencias y tal vez la eterna salvación de los suyos! Tú les confiaste, adorable Nazareno, las almas del esposo y de los hijos, y ellas las depositaron, con amor, sobre el altar de tu Sagrado Corazón… ¡Oh, Jesús!… Acuérdate en esta Hora Santa de tu Madre, como te acordaste de ella en el Huerto de Getsemaní… y, en obsequio a sus ternuras, a sus virtudes y a sus dolores, salva el hogar, salva la familia… Señor; si una sola madre conmovió tu Corazón y obtuvo la resurrección de su hijo, ¡ay!, a pedido de tantas madres doloridas en esta hora omnipotente, santifica el santuario del hogar, que Tú ambicionas como Rey de amor…


Acto final de consagración


¡Oh, amantísimo Jesús! Yo quiero consagrarme a ti con todo el fervor de mi espíritu; sobre el ara santa de tu Corazón, en que te ofreces por mi amor, deposito todo mi ser; mi cuerpo, que respetaré como templo en que Tú habitas; mi alma, que cultivaré como jardín en que te recreas; mis sentidos, que guardaré como puertas de tentación; mis potencias, que abriré a las inspiraciones de tu gracia; mis pensamientos, que apartaré de las ilusiones del mundo; mis deseos, que pondré en la felicidad del Paraíso; mis virtudes, que florecerán al abrigo de tu protección; mis pasiones, que se someterán al yugo de tus mandamientos, y hasta mis pecados, que detestaré, mientras haya odio en mi pecho y que lloraré sin cesar mientras haya lágrimas en mis ojos. Mi corazón quiere desde hoy ser para siempre todo tuyo, así como Tú, ¡oh Corazón divino!, has querido ser siempre todo mío. Todo tuyo para siempre; no más culpas, ni más tibiezas… Yo te serviré por los que te ofenden; pensaré en ti, por los que te odian; rogaré, gemiré y me sacrificaré por todos los que te blasfeman. Tú, que penetras los corazones y sabes la sinceridad de mi deseo, comunícame aquella gracia que hace al débil omnipotente; dame el triunfo en las batallas de la tierra, y cíñeme después con la corona inmortal en las mansiones de la gloria… Pero que mi recompensa seas Tú, y mi Cielo eterno, la herida deliciosa de tu amable Corazón… ¡Venga a nos tu reino!…